Antes de comenzar a escribir este post quisiéramos aclarar algo: la naturaleza humana es parcial y vacila según sus instintos biológicos más profundos (sí, “naturaleza humana”, nos hemos vuelto escencialistas y biologicistas). Uno razona y se convence de qué cosas le harían mejor al mundo: que cada región te pueda cautivar con nuevos platos, que cada cocinero haga lo propio y con alegría, que la riqueza culinaria de las ciudades resida en la diversidad de su gente creativa, que los lugares que visitamos nos estimulen y sorprendan con nuevos sabores y que bla bla bla. Porque no somos lo que pensamos, hay días de verano en los que uno se ve obligado a caminar por el centro de La Plata, haciendo mandados que llevan tiempo y cansancio, el dinero en efectivo se va gastando de a puchitos hasta que la billetera queda vacía. En esos momentos, en los que volver a casa caminando implica 20 cuadras más bajo el sol y nos espera una heladera vacía, cuando en el bolso sólo queda una tarjeta de débito o crédito, los instintos salvajes de nuestra biología se activan y el mundo se nos presenta bajo la simple ecuación de: caminar lo menos posible, comer rápido y abundante, sin esperar. Uno de estos casos extremos nos puede llevar a un McDonalds, pero bajo condiciones más benévolas podemos ir a parar a La Trattoría, o a cualquiera de los restaurantes-cadena-platenses. A La Trattoría le tenemos más cariño porque nos vio crecer y nosotros la hemos visto en todas sus facetas, desde su versión comida rápida a su tendencia más hacia el asado gourmet; hemos ido a comer con todos los novios de la adolescencia y con los amigos pasamos allí desayunos y veladas. Y sí, lo clásico, cliché, repetido, en cadena perpueta nos atrae y, lo mejor de todo, nos deja satisfechos. Menú del día: Pollito a la plancha, con ensalada y puré de calabaza, café y bebida inlcuído, todo muy bien servido, en su punto, buena atención, WI-Fi que se agradece cuando uno come solo y no lleva un libro en la mochila, la moza extremadamente simpática, pancitos deliciosos y esos bancos grandes de madera para desparramarse entre los paquetes de mandados recién hechos y la mochila sobrecargada. El precio muy razonable y el aire acondicionado a la temperatura justa para recargar energías y encarar la rutina de la tarde. En fin, una grata sorpresa.