Ubicado en una un poco desolada esquina de la ciudad
(17 y 68) del pujante barrio de Meridiano V, Morales cumple. Buena atención,
buena comida, promociones por doquier y manteles para que coloreen manos
inquietas (mejor intentar copiar un Picasso que usarlas para comerse todo el
pan). La cocina está abierta hasta las 23.30 hs., algo que como ya saben valoramos
mucho desde este blog y, si la moza justo no empezó a trabajar ese día, te
explica exactamente qué es esa salsita-cremita que te traen para que
entretengas el estómago mientras esperás el plato principal (¡y no es mayonesa
con un poco de perejil!). Una entrada de berenjenas que trae recuerdos de nonas
cocinando y si bien no nos es grato que cierren con llave las puertas del local
(sobretodo si estamos cenando afuera), la predisposición a envolvernos todo lo
que sobra meticulosamente compensa. ¡Y cómo!
lunes, 25 de junio de 2012
domingo, 24 de junio de 2012
Lo que no te puede pasar un feriado
Con las disculpas del caso por no haber podido postear esta
crónica patria con anterioridad y con la intención de prevenirlos para futuros
feriados, les contamos cómo nos fue el 25 de mayo en busca de un plato
autóctono.
25 de mayo. Salida con pareja y madre, la mitad de los restaurantes cerrados por la
fiesta patria. A la madre, que invitaba, se le
antojó guiso de lentejas y, por el aburrimiento de dar vueltas y vueltas sin
encontrar un lugar abierto, ella recordó que alguna amiga le había contado
que en La Trattoría servirían el tradicional guiso. Y allí fuimos.
Buena atención —como recordábamos— pero algún cocinero flojo de pulso dejó
en claro que se le había caído el
salero entero encima de la preparación. Excesivo, muy excesivo de sal,
incomible al gusto de Pipí-Lulú que
pidió cambio de plato por una pasta al fileto. Pero, hete aquí, que la salsa estaba dulce y ácida. ¡Qué
abanico de sabores para nuestras contrariadas papilas gustativas! Así es, los cocineros al reconocer la
acidez de su creación se
conformaron con llenarla de azúcar dejando como resultado una salsa fileto
dulce con dejos de tomate ácido que nos llevó a limpiar cada raviol y, acto seguido, bañarlo con mucho queso rallado (y sí, Pipí-Lulú tenía hambre). Y es exactamente esto lo
que NO PUEDE PASARTE. Pero pasa, queridos comensales platenses, pasa, y el
restaurante estaba lleno y la gente seguirá yendo, no dirá nada sobre la sal ni
sobre el azúcar y finalmente nos olvidaremos y regresaremos otro día, como
aquel de “La vida te da sorpresas”, para caer nuevamente en la trampa y aburrirnos con
la carta chata del restaurante con menos onda de esta ciudad.
Epílogo
Porque creemos que en La Plata también pasan cosas buenas, para compensar, fuimos al día siguiente a escuchar a Caminantes de Finisterre a Ciudad
Vieja; mucha gente, no pudimos entrar. Bien por los Caminantes, mal
para Pipí-Lulú que, empecinadas con
no volver a casa a ver una peli, nos quedamos con poco abrigo comiendo tras el
vidrio y escuchando música celta en compañía de una pizza a caballo y una
cerveza roja artesanal, una buena opción para pasar la noche de un frío sábado de otoño.
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